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Durante los años 60 se fue abriendo paso una incipiente renovación en el sistema educativo que fue dejando paso a la diversificación de materiales (supletorios, complementarios, etc.), un cierto retroceso de las enciclopedias, que comienzan a considerarse poco recomendables, y un mayor impulso a un aprendizaje menos verbal y memorístico, más activo. Los nuevos principios psicopedagógicos que impulsaron los Cuestionarios de 1965 y sus Unidades Didácticas favorecieron esta línea que, en todo caso, insistía en la promoción del trabajo personal del alumnado, la programación de las lecciones y la consecución de la eficacia y los objetivos. Era la concepción tecnocrática del currículum ajustada al desarrollismo de la sociedad.

 

La Ley General de Educación de 1970 quería promover un cambio importante en los instrumentos didácticos, consolidó definitivamente este proceso y favoreció la edición y utilización de nuevos libros de consulta, libros o fichas de trabajo (a veces utilizados de una manera poco correcta), materiales auxiliares y otros. Los objetivos pedagógicos de individualizar la enseñanza, de adecuar los contenidos y métodos, de incentivar la originalidad y la creatividad de los escolares y de generar innovación didáctica, produjeron cambios en los enfoques de los libros escolares. Eso sí, siempre con una orientación marcada por una pretendida racionalidad científica y técnica al servicio de garantizar  el cumplimiento eficaz de los objetivos, en el producto.

La Tecnocracia (1962-1975)

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